Full Exposició Jesús Tarruella (PDF)
Hubo un tiempo en que ciertos edificios se alzaban majestuosos, pero el carácter temporal de la inicial concepción de cierto tipo de edificaciones y su ineficiente adaptación a los tiempos, acarreó que tales construcciones sufrieran un trágico final: el hundimiento o el natural abandono -cuando no el derribo parcial- subsistiendo hoy solo el recuerdo fragmentado de lo que es un imaginario mundo pasado. Gracias a la cámara fotografía de Jesús Tarruella podemos conocer el valor de ese legado industrial más que agonizante, que muestra una historia remota que grita sin palabra la “no demolición”. El artista quiere hacer una reflexión -y lo consigue- sobre lo que supone la pérdida existencial de los “valores de uso” y las consecuencias de una España despoblada.
Es esta exposición, que podremos disfrutar en el IVAM CADA ALCOI, un relato vivo y depurado de la historia de la arquitectura más contemporánea de nuestra tierra, de lo que supuso el desarrollo industrial para las gentes de tantos lugares que, pese a los conflictos y no pocas dificultades, levantaron industrias y demás edificios auxiliares durante la primera mitad del siglo XX.
Se puede afirmar de este “maestro de maestros” nació como artista a mediados de los ochenta, en unos años en el que en España, artísticamente hablando, se venía librando la batalla entre lo documental y lo estético, entre la fotografía y la pintura; un combate que dejó de manifiesto la influencia mutua de ambos géneros. Como artista de su tiempo, Tarruella se convierte en observador imparcial y comienza a utilizar de forma espontánea, como tantos otros creadores, la fotografía. Profundamente cautivado por el aspecto visible pero no obvio de la imagen, ha dedicado más de tres décadas al debate entre lo oculto y lo patente. Pero no solo los lugares abandonados despertaron su fascinación, porque si cabe quedó hechizado todavía más por el hecho de que “muchas veces una imagen oculta más de lo que muestra”, como expresara una de las intelectuales más influyentes de las últimas décadas Susan Sontang refiriéndose a la fotografía artística.
Por eso es importante cómo miramos y qué miramos de la obra de Jesús Tarruella. Debido a su relación con la arquitectura industrial se hace inevitable relacionar el germen de su estilo con los Becher; como es bien sabido los maestros fotógrafos más influyentes de siglo pasado, creadores de la estética impasible que ha marcado el estilo de generaciones enteras y responsables de crear lo que hoy se conoce como la Escuela de Düsseldorf a los que curiosamente, a pesar de su proximidad temática, conoció su obra muy tardíamente. El alicantino no cabe duda que comparte con el reconocido matrimonio alemán su interés por los vestigios arqueológicos de la edad industrial, pero la impronta de Tarruella, como tantos alumnos de la pareja teutona, tiene una manera singular de trabajar el registro industrial. A mi modo de entender nuestro artista representa la evolución lógica y natural de los lienzos de paisaje de las pinturas de ruinas clásicas. No podemos obviar que se formó en la Universidad Politécnica de Valencia, licenciándose en Bellas Artes en el año 1986, de manera que sus inicios artísticos estuvieron más vinculados a su formación pictórica que no al mundo de la imagen. Su gran mérito lo advertimos precisamente en la sensibilidad pictórica con las que trata las tomas lo que le permiten sobrepasar los límites de la fotografía documental, añadiendo a su trabajo una concepción plástica muy personal.
Es muy probable que un paisaje con ruinas sea la imagen más poderosa del romanticismo. Para Tarruella lo sustancial no es tanto el objeto industrial o la monumentalidad del hierro, sino la grandeza de la ruina industrial, la tranquilidad del lugar, la resonancia del pasado, el eco estremecedor, el placer de la soledad, del silencio que evoca el lugar y hasta sus gentes. En definitiva, las caras más melancólicas del paisaje enlazando con el simbolismo de los artistas alemanes Caspar David Friedrich o Carl Gustav Carus, como también del italiano Piranesi, -imagen por antonomasia de ese romanticismo que su trabajo- absorbe en clave poética, y que inspiraron los poemas de Wordsworth o las acuarelas de Turner, o las pinturas de Lluis Rigalt y Farriols de Jenaro Pérez Villaamil y del más importante “pintor de ruinas” Hubert Robert.
Evidentemente la mayoría de las obras artísticas emparentadas a esta estética de la ruina queda inexorablemente vinculadas a una preocupación por conservar ese patrimonio en peligro de perderse por eso, más allá de su valor poético intrínseco coexiste un grandísimo interés documental, pero la belleza de una fotografía, del mismo modo que el de una pintura debe conformar un acuerdo armonioso entre el contenido y la forma. La obsesión por el devenir del paso del tiempo y el abandono ha llevado al alicantino – en lo artístico- a ser al propio tiempo muchos hombres: arqueólogo industrial, fotógrafo, historiador, documentalistas, cronista, artista, defensor de la arquitectura y viajero.
La ruina y el objetivo de Jesús Tarruella disfrutan de algo común, observan impasibles el devenir del tiempo cumplidamente, representan la esencia de la vida terrenal, el destino insalvable y el desenlace final.
Felisa Martínez Andrés
Comisaria